

Según el investigador Liang Hexiang, el dron imita la anatomía y mecánica de vuelo de un mosquito, con alas que baten hasta 500 veces por segundo, un cuerpo delgado, tres patas finas como cabello y capacidad de posarse en superficies. Puede ser controlado desde un smartphone, lo que facilita su uso en entornos urbanos o sensibles, y su diseño silencioso lo hace invisible para radares y el oído humano.
El dron incorpora sensores, cámaras, micrófonos y procesadores neuronales con inteligencia artificial, permitiendo operaciones autónomas o en enjambres. Aunque su autonomía está limitada por la batería, su miniaturización representa un avance significativo en la "guerra inteligente" china, con aplicaciones que van desde espionaje militar hasta posibles usos civiles, como vigilancia urbana, lo que plantea preocupaciones éticas sobre privacidad. Otros países, como Noruega con el "Black Hornet" o EE. UU. con el "RoboBee" de Harvard, han desarrollado drones similares, pero el modelo chino destaca por su tamaño y funcionalidad militar.