Pakistán Amenaza con Aniquilar al Régimen Talibán: "Ni una Fracción" de su Arsenal Bastaría, Afirma el Ministro de Defensa
Islamabad acusa a los talibanes de albergar a 6.000-7.000 militantes TTP, que han intensificado atentados suicidas y emboscadas, matando a más de 1.000 paquistaníes en 2025. Kabul, por su parte, presenta "evidencias" de campos del ISIS-K en Pakistán y niega complicidad, pero su retórica –llamando a Pakistán "imperio fallido"– ha envenenado el diálogo.
Asif, en su post, rechazó el mito del "cementerio de imperios": "Afganistán no es tumba de imperios, sino de su propio pueblo", un dardo a la propaganda talibán que ignora el colapso económico –PIB per cápita de 500 dólares, hambruna crónica y éxodo de 2 millones desde 2021–. Pakistán, con un presupuesto militar de 10.000 millones de dólares (frente a los 500 millones estimados talibanes), ha realizado strikes selectivos en Kurram y Bajaur, pero Asif insinúa escalada: "Cualquier ataque terrorista dará un amargo sabor a sus aventuras".Este pulso no surge en vacío. Pakistán, que respaldó a los talibanes en los 90 para contrarrestar India, ahora los ve como Frankenstein: el TTP, rama paquistaní de los muyahidines, explota la porosidad fronteriza de 2.600 km para reclutar y atacar. Operaciones como Zarb-e-Azb (2014) eliminaron enclaves internos, pero el refugio afgano perpetúa el ciclo: 80% de las muertes por terrorismo en Pakistán provienen de TTP.
Sharif, primer ministro, prioriza estabilidad interna –con elecciones controvertidas y deudas de 130.000 millones–, pero la opinión pública exige mano dura: encuestas de Gallup Pakistán muestran 70% de apoyo a strikes preventivos. China, principal acreedor y proveedor de armas, observa cauta: Pekín invierte en CPEC (Corredor Económico China-Pakistán), vulnerable a inestabilidad afgana, y ha instado a "diálogo", pero tolera la postura de Islamabad para proteger sus 3.000 km de frontera con Afganistán.Las implicancias regionales son volátiles. Una ofensiva paquistaní –posiblemente con drones Bayraktar turcos o misiles Hatf– podría desestabilizar Asia Central, desplazando flujos de refugiados hacia Irán y Tayikistán, y avivar ISIS-K, que ya atenta en Kabul. India, rival eterno, podría explotar el caos para presionar en Cachemira, mientras EE.UU. –bajo Trump– mantiene distancia post-retiro de 2021, enfocada en sanciones a talibanes por opio y derechos humanos. Los talibanes, con 80.000 combatientes pero sin aviación, recurrirían a guerrilla asimétrica, pero Asif apuesta por superioridad: "No más traición; probad nuestra resolución a vuestro riesgo".
Pakistán no busca guerra total –su economía, con inflación al 12% y devaluación del rupia, no lo soporta–, sino disuasión creíble. El régimen talibán, aislado y dependiente de remesas de diáspora, enfrenta un dilema: ceder ante TTP o arriesgar colapso. Asif, con su advertencia, cierra la puerta al perdón: historia se repetirá si insisten. Afganistán, playground de potencias, podría volverse otra vez campo de batalla. Islamabad blande el arsenal; Kabul, las cuevas. La paz regional pende de un hilo: ¿negociación o Tora Bora 2.0? El Sur de Asia, con sus sombras nucleares, no puede permitirse más errores.